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Algunas veces, en nuestra vida, hemos sentido la necesidad de compartir lo que somos; lo hacemos a través de una charla con un amigo, de una publicación en Facebook o quizás un simple mensaje en WhatsApp… en fin, lo que buscamos es compartir nuestras alegrías, e incluso, nuestras tristezas y nuestros miedos… Queremos ser comprendidos y escuchados. La oración es esto y más.

Tal vez Dios no use WhatsApp ni mucho menos vea nuestras publicaciones en Facebook, pero cuando vamos a la oración tenemos la oportunidad de sentirnos amados. En la sencillez de nuestras palabras, descubrimos al Dios de corazón grande que se entusiasma con nuestros sueños y que sufre con nuestros fracasos, a nuestro buen amigo que entregó su vida por nosotros, que nos toma de la mano y que nos susurra: ¡No tengas miedo!

Necesitamos de los amigos a pesar de que a veces nos resulte difícil comprenderlos o de que no tengamos mucho para hablar y compartir con ellos; sabemos que recorrer el camino con amigos es mucho mejor y más seguro que hacerlo solos.

La oración es un camino y no siempre resulta sencillo transitar por él; en ocasiones parece que avanzamos a pasos agigantados, pero en otras tantas el cansancio nos impide caminar. Parece que solo existiera una ruta posible, sin embargo, hay tramos en los que abundan los desvíos. Muy a menudo percibimos que alguien camina a nuestro lado, que no vamos solos, pero otras veces, cuando llega la noche, sentimos que nadie nos acompaña. Lo importante es no detenerse.

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