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Francia, 1821.

Guerra, hambre, pobreza, ignorancia y muchos niños abandonados en las calles de Lyon, esta es la realidad que se vivía en aquel entonces y que nadie desconocía.

Hubo un hombre con fuego en el corazón que no pasó de largo ante lo que contemplaba y quiso dar una respuesta… él mismo fue la respuesta. Ese hombre se llamaba Andrés.

El Padre Andrés Coindre era un sacerdote misionero y predicador que gozaba de fama y talento. Fue precisamente su ardor misionero el que lo hizo llegar a las fronteras, una de ellas las cárceles. Allí todo lo que había visto se agudizaba; niños y hombres compartían tras las rejas; no había distinción entre los criminales y los pequeños allí arrojados por robar un pedazo de pan, no tenían educación ni sabían un oficio, a una edad en la que se es más ignorante que malo.

Andrés quiso educar a estos niños y enseñarles un oficio para sacarlos de la ignorancia. Buscó hermanos que se encargaran de ellos y fue así como el 30 de septiembre fundó el Instituto de los Hermanos del Sagrado Corazón.

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