Cuando miramos a Jesús, descubrimos como parte de su estilo de vida la pobreza, la castidad y la obediencia. Los Hermanos queremos vivir una vida como la de Jesús y es por ello que también asumimos estos tres votos como parte de nuestro estilo de vida.
Tras leer lo anterior, de seguro que te estarás haciendo preguntas tales como: ¿Qué son “votos”? ¿Qué es la castidad? ¿Significa esto que un Hermano no puede tener esposa e hijos? ¿Qué es para ustedes la pobreza si, aparentemente, no viven como pobres? ¿A quién le tienen que obedecer?... Es completamente normal que tengas esta clase de interrogantes. Vamos a tratar de explicarte brevemente.
Cuando escuchamos hablar de “votos”, generalmente, familiarizamos este término con las elecciones que se llevan a cabo en un contexto democrático. Para nosotros, los consagrados, hablar de votos no es sinónimo de democracia, pero sí lo es de una elección, de expresar nuestra preferencia ante una opción de vida propuesta, en este caso la de Jesús; elegir una opción de este tipo es un deseo que nace del corazón y que va de la mano con la libertad.
CASTIDAD
Cuando hablamos de castidad, hablamos del amor; la castidad es un voto para el amor. Nos imaginamos que se vienen un montón de ideas a tu cabeza como ‘no tener hijos’, ‘no tener novia’, ‘no tener relaciones sexuales’ y un gran etcétera… Aparentemente el voto de castidad es el voto del No, pero, en realidad, es el voto del Sí.
Castidad significa amar con fuerza; es dejar el egoísmo y aventarse a la generosidad; es dejar los exclusivismos. De esta manera tienen sentido los aparentes No que hacemos. No tenemos novia o esposa porque esto implicaría amar de forma especial a una sola persona, lo cual no está mal y no significa que el voto de castidad sea algo exclusivo de los consagrados. Nosotros hemos decidido amar a Jesús y en Él a todos por igual.
Castidad también es fidelidad; si en algún momento has estado profundamente enamorado, has querido serle fiel a la persona que amas. Nosotros estamos profundamente enamorados, por eso queremos ser fieles y asumir todas las consecuencias que ello comporta. En resumidas cuentas, castidad es amor, es decir Sí, es generosidad y es fidelidad.
POBREZA
La pobreza es el voto para el compartir, para hacernos solidarios con los demás.
A menudo, los seres humanos ponemos nuestra felicidad en tener cosas; felicidad se nos ha convertido en sinónimo de riqueza, de acumular. También a ti y a nosotros nos sucede que creemos encontrar la felicidad en algo material como tener una bicicleta, un celular o las últimas tendencias de moda, solo por poner algunos ejemplos.
Jesús, por el contrario, llama felices a los pobres, a los que no tienen nada. Esto resulta totalmente opuesto a lo que vivimos en nuestro mundo donde los dichosos, aparentemente, son quienes más tienen riquezas porque pueden vivir con más comodidad y tener más privilegios; visto con una mirada profunda no es así.
Los ricos tienen muchas cosas para cuidar mientras que los pobres no tienen nada de qué preocuparse, dependen en todo de Dios, son libres. Ser pobre, en sentido evangélico, no significa no tener nada sino no poner nuestro corazón en lo poco o lo mucho que se tiene; nosotros somos conscientes de todo lo que tenemos y de que este no es nuestro tesoro ni mucho menos nuestra felicidad.
La pobreza nos dispone para servir a nuestro mundo y a nuestra Iglesia con libertad, de tal manera que lo material nunca sea un impedimento para ello. Con nuestra pobreza buscamos hacernos solidarios con los que nada tienen y que son rechazados por la sociedad. La pobreza también es compartir y por ello todo cuanto tenemos –nuestros talentos, nuestro tiempo, nuestras cosas materiales- lo ponemos en común con nuestros Hermanos, con aquellos que compartimos la vida.
OBEDIENCIA
Cuando eras niño, muy seguramente, que escuchaste de tus profesores y de tus padres que “quien obedece nunca se equivoca” y que es muy importante hacerles caso a las personas mayores porque ellos siempre buscan el bien para nosotros. Desde pequeños fuimos educados para obedecer a pesar de que no es algo fácil.
Jesús fue un hombre muy obediente, siempre estuvo atento de escuchar a su Padre en quienes le rodeaban para poder hacer su voluntad. Y también a Él como a nosotros le costó la obediencia. Los consagrados, a ejemplo de Jesús, vivimos en una continua escucha de Dios que se nos manifiesta en los acontecimientos y en las personas.
Los Hermanos buscamos estar disponibles para cualquier servicio que la autoridad, en nombre de la Iglesia nos pida. Los superiores de nuestra comunidad nos ayudan en esta búsqueda de la voluntad de Dios; contamos con la certeza de que ellos con su experiencia nos sugieren lo que consideran mejor para nuestros semejantes y para nosotros. Obedecer es, por tanto, saber escuchar para así dar cumplimiento a la voluntad de Dios en nuestras vidas.
Si has llegado hasta aquí y no has entendido mucho de lo que hemos escrito, no te preocupes, para nosotros también es difícil tratar de describirlo. Somos conscientes de que la obediencia es exigente, sin embargo, aquello que más nos cuesta en la vida es aquello que más terminamos amando.